Atrito
Atrito
es el dios de la contricción, el siempre dispuesto al arrepentimiento más sofisticado;
entendámonos, es el dios menos dios de todos los dioses o, dicho de otra manera, el que
peor cumple con su papel de divinidad, pues si el arrepentimiento es un acto de humildad
en el hombre, en un dios no deja de ser una pose... y bastante estúpida, por cierto.
Pienso que Atrito está en la nómina de los dioses porque, también allí, tiene que
haber de todo.
Atrito
formó parte de la expedición de los argonautas, era uno más de cuantos acompañaron a
Jasón en busca del vellocino de oro. Y se significa cuando, llegados a la isla de Lemnos,
trepa al palo mayor de la nave y comienza a gritar cosas esdrújulas y sin sentido
exhortando a los tripulantes a que no desembarcaran. Atrito dedujo que un inminente
peligro acechaba, pues había descubierto que la isla de Lemnos estaba habitada
exclusivamente por mujeres, cosa cierta y no debida a embrujo alguno ni a ninguna otra
razón incomprensible: sencillamente las mujeres de Lemnos habían asesinado, uno por uno,
a todos los varones.
El
origen de esta isla unisexual radicaba en un capricho de la diosa Afrodita, que tiempo
atrás había condenado a las mujeres isleñas a oler mal, muy mal, fatal. Como resultado
los hombres empezaron a desatenderlas, decididos a no acercarse a ellas hasta que alguien
descubriera y patentara un buen desodorante. El malestar entre las mujeres pasó a ser
colectivo e hizo que, a la postre, se impusiera la razón:
-Tener
hombres y no poder usarlos es como no tenerlos -concluyeron.
De
modo que se los cargaron.
Atrito
conocía el maleficio, de ahí su justificada preocupación, pero lo que no sabía es que
ya había prescrito y que, aún sin hombres, tras aquellas playas relucientes el aroma de
los cocoteros se respiraba ardiente y embriagador hasta en el sobaco de la más fea
nativa. Sencillamente Atrito, convencido de que si los argonautas desembarcaban en la isla
encontrarían una muerte irremediable, gritaba y gritaba sin cesar, advirtiendo a aquellos
intrépidos marineros de que allá, en la isla avistada, sólo había mujeres asesinas...
Todos,
a excepción de Atrito que se quedó en el barco, gozaron aquella noche de la exquisita
hospitalidad de las isleñas, con habitación y pensión completa, elixir de los mares,
sauna tropical y masaje body-body.
Todos,
a excepción de Atrito, zarparon a la semana siguiente rumbo al misterioso paradero del
vellocino de oro. Atrito, castigado por fantasmón y embustero, fue obligado a permanecer
en Lemnos, cuidar el común embarazo de la población femenina y encargarse de la
educación de cuantas criaturas llegasen a la isla un vez hubieran transcurrido los nueve
meses reglamentarios.
Atrito
asumió su destino: diariamente acudía al más alto acantilado para pedir auxilio y
diariamente era retirado por un tropel de adolescentes que reclamaban para sí lo que no
tuvieron, por edad, cuando Lemnos acogió a los argonautas. A Atrito le dejaban descansar
después de que se hubiera trajinado a doscientas.
En una
de las playas orientada al poniente, hizo que se levantara un altar donde poder
arrepentirse cada noche de la noche anterior y, cada día, del día siguiente. Y su
arrepentimiento continuó hasta que hubo educado a todos los hijos varones que procuró el
término del masivo embarazo y aquellos pudieron al fin tomarle el relevo en el arduo
asunto del trajín. Para entontes él estaba tan viejo que ya ni podía dejar de
arrepentirse, tan arrugado que ni al bostezar se le sumaban arrugas nuevas, tan lento de
movimientos que, desde que dijo "ya voy" hasta que llegó al muelle donde los
argonautas habían atracado en su viaje de retorno, dio tiempo a que estos pensaran que el
buen Atrito había muerto en al camino y que esperarle ya no merecía la pena.
Atrito
quedó para siempre en la isla de Lemnos, arrepentido, olvidado y sin consuelo filial
alguno. Y es que, aunque oportunidades le sobraron, jamás consiguió tener descendencia.n |